lunes, 3 de octubre de 2011

LA PERVERSIDAD RECURRENTE DEL TRUJILLISMO


Escrito por
Dr. Roberto Cassá

He aceptado participar en este encuentro acerca del libro atribuido a María de los Ángeles Trujillo (Angelita), Trujillo. Mi padre con el fin de exponer mis opiniones personales. Aclaro que el hecho de ser yo director general del Archivo General de la Nación, institución que convoca esta noche, no compromete en ningún sentido a la institución, puesto que posicionamientos de ese género no forman parte de las atribuciones del Archivo General de la Nación. He querido traer escrita la ponencia, por otra parte, para obviar por adelantado hacer cualquier referencia a las posiciones que expresen los demás expositores en este encuentro.

Este encuentro se celebra por sugerencia del profesor Mario Bonetti, por haberse considerado valederos los motivos de su solicitud. Pero si asisto como expositor es porque pienso que, en rigor, lo que debe analizarse no es el “libro de Angelita”, sino el reclamo anacrónico y diabólico del trujillismo que contiene. Hoy el trujillismo carece de toda importancia práctica, por lo que ha optado por restringir su discurso a la validación del pasado de su dominio. Si bien la reivindicación del trujillismo constituye un despropósito producto de una exacerbada bancarrota política y cultural, no deja de tener posibles implicaciones que es preciso enfrentar. Finalmente, lo que aconteció durante los ominosos treinta y un años ha dejado no pocas estelas que no han sido todavía superadas. Por tanto, aun cuando el trujillismo no puede tener vigencia alguna en el terreno político, puede ser esta la ocasión de desmontar argumentos con que se pretende cuestionar la lucha por la democracia que tanta sangre ha costado de lo mejor del pueblo dominicano.
En rigor, sin embargo, no hay nada nuevo que decir a propósito de este libro, que no es más que un pestilente desecho de infamias. Ahora no hago más que reiterar posiciones que he esbozado desde hace mucho tiempo como historiador social e irrenunciable antitrujillista de izquierda.

Parto de la premisa de que el libro que hoy se comenta no es “de Angelita”, sino una obra colectiva, en la cual se ha pretendido validar el trujillato con idénticos argumentos y procedimientos que los utilizados por los alabarderos del régimen caído en 1961. Para mi análisis, sin embargo, carece de importancia quiénes han sido los autores de esta obra. Lo interesante es que han aunado esfuerzos en el propósito para presentarse la actual emanación del discurso despótico extremo. De paso, cabe constatar la tremenda indigencia intelectual de la capillita trujillista, que hace acto supremo de presencia en un libro muy mal escrito, plagado de falta de ortografías, disparatoso, carente de todo ingrediente intelectual y de cualquier consistencia expositiva. Posiblemente estos señores han llegado a la conclusión de que el ordenamiento político vigente en el país ha dado muestras de tal grado de incapacidad que hace creíble que se reproduzca al pie de la letra el discurso ideológico desfasado del trujillato. A pesar de la indignación que suscita la intención malévola que guía este libelo de manchar las reputaciones de los antitrujillistas, en seguimiento de los moldes del discurso de la Era, no se le puede evaluar de manera emotiva. Ante todo el ruido que han pretendido hacer estos autores anónimos se puede atribuir a la apuesta que hacen de los efectos que podrían capitalizar de las limitaciones y contradicciones del ordenamiento democrático actual. Así pueden proclamar, como lo hacen en este libro, un supuesto balance favorable a la tiranía de los treinta y un años, que según ellos se define no más que por sus realizaciones materiales.

Este “libro de Angelita” tiene en primer término esa intencionalidad, que es forzosamente despreciable. Ante sus seudo-argumentos, lo que queda es reiterar posturas que asumieron los antitrujillistas en sus heroicas luchas por la libertad. La “importancia” es del todo punto insustancial porque está hecho en clave retrospectiva. El libro parece estar escrito en 1961, como si el tiempo de la historia se hubiese detenido y la verdad horrorosa del esquema trujillista de dominación no se hubiese hecho inconcusa. Aquí se encuentra, por lo demás, una señal de un rasgo de la elaboración ideológica del trujillato, que fue la alteración flagrante de la realidad de las cosas. La mentira hiriente se renueva en la tónica dominante de este libro, que intenta pasar por encima a las pilas de cadáveres que dejó detrás de sí la larga noche del terror de Chapita Trujillo, ese paradigma del crimen, la opresión, el robo y toda la maldad posible en la historia dominicana.

A la luz del tiempo presente, esta operación adolece de falta de toda eficacia. El solo hecho de que estemos congregados aquí para cada quien expresar sus criterios de manera libre delata un progreso histórico que inutiliza los alegatos contenidos en el libro. La capacidad de que se digan las cosas como fueron tiene un valor decisivo a la hora de emitir juicios históricos, como se hace en este momento. Bajo Trujillo la mínima disidencia conllevaba muerte, tortura o exilio. El hecho de que todavía tengamos que afrontar este debate tiene una causa: Tras la muerte de Trujillo no pasó nada en el país, no se ajustaron cuentas con los criminales materiales e intelectuales. De todas maneras qué bueno que este adefesio de libraco pueda circular, porque nos ayuda a ratificar el develamiento de las matrices ominosas del trujillismo.


"La perversidad recurrente del Trujillismo", ponencia del doctor Roberto Cassá sobre el libro de Angelita Trujillo II.
Visto el contenido del libro de reproducir sin modificación el conjunto de patrones de la ideología trujillista, no es solo desfasado, sino sobre todo resulta infamante sin apelación. Por tal motivo, carece de objeto discurrir acerca de sus afirmaciones, todas cargadas de una perversidad inaudita. Nada lo hace merecedor de un debate historiográfico especializado o de una ponderación profesional como fuente. El libro destila mierda, es el peor desecho que puede emanar del ser humano, en este caso un excremento de un concierto de individuos que, desde sus antepasados legitimadores de la mentira y el crimen, perdieron la honra y, por ende, el atributo de la humanidad bien entendida. Solo hay que ver cuánta infamia recorre sus pestilentes páginas, cuando asevera mentiras flagrantes para traspasar los crímenes del tirano a otros. Es el caso de la trama fantasiosa para exculpar a “Papá” del crimen de las hermanas Mirabal, hecho que no puede negarse y que tiene que ser recogido por el espíritu malicioso que anima estas páginas como procedimiento falaz para obviar miles de crímenes y de pasada y a conveniencia endilgar a otros algunos de ellos.

Empero, ya que la firmante del libro sangra por la muerte de papá, conviene poner enmendar algunos de sus absurdos. Pretende nada menos que el complot que desembocó en la muerte de Trujillo estuvo originado por una maniobra de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, que nada menos concibió y alentó el asesinato de las hermanas Mirabal a través de Luis Amiama Tió y José René Román Fernández. Ante un hecho de tal gravedad como ese crimen múltiple, se pretende que Chapita, que controlaba el mínimo movimiento de todos los dominicanos con significado político, iba a quedar impasible o prisionero de un dictamen de una entidad extranjera.

Vale reiterar lo que es ya un saber incontrovertible acerca del 30 de Mayo: Fue un hecho libre de dominicanos que decidieron correr todos los riesgos. Su hazaña los hace acreedores de la categoría de la heroicidad. Obraron por su cuenta y riesgo, en suprema manifestación de libertad y bravura. Aceptaron la colaboración de la Agencia Central de Inteligencia, pero los conjurados del interior del país no eran sus agentes o instrumentos. Está documentado hasta la saciedad que el gobierno de Estados Unidos, ante el fracaso de la expedición contrarrevolucionaria de Bahía de Cochinos, ordenó detener el operativo para liquidar a Trujillo y que los “disidentes” rechazaron ese criterio imperial.

Dentro de ese tenor, en este libro se llega a la infamia de pretender que todos los antitrujillistas obraron con el propósito de apoderarse de la fortuna de “papá”, ese hombre angelical (como la hijita), tan bondadoso que parece alcanzar la santidad. La inmensa fortuna del tirano, labrada a costa de la sangre de todo un pueblo, parece que fue bien habida, pues ni siquiera se molestan los autores en explicar su origen. Se llega a lo grotesco cuando se asevera que algunos movimientos del héroe Antonio de la Maza en el terreno de la ejecución libertaria del 30 de Mayo se debieron al ansia por apoderarse del maletín del gran ladrón. Se le adjudica esta caricatura a quien durante años se dedicó a dilapidar el dinero que provenía de su aserradero en Restauración, penetrado por la amargura lacerante de la espera del momento de la justa venganza.

Este batidero descarta, pues, toda reflexión concienzuda en el terreno historiográfico. Nada de lo que contiene este libro alcanza la entidad que lo haga un medio de obtención de información o de replanteo de lo conocido acerca de la Dictadura. Sería un ejercicio enervante proceder a refutar las malignas aseveraciones una a una, aunque las evidencias en contra sean abrumadoras. El apoyo documental está cimentado nada menos que en documentos por encargo cuya veracidad no puede ser aceptada. Pongo el caso del infamante propósito de presentar como dos cobardes a los presos Segundo Imbert y Rafael Sánchez Sanlley, asesinados al otro día del tiranicidio. Angelita y sus socios se amparan en unas declaraciones hechas ante notario por el coronel Horacio Frías, jefe del penal de La Victoria, un criminal horroroso que ese mismo día asesinó a un teniente del ejército. Dice Frías que hubo que cargar en medio de un griterío de pánico a Imbert, al tiempo que Sánchez también se había desencajado por el temor a la muerte. Sin embargo, José Daniel Ariza, compañero de prisión de ellos, afirma que los vio salir sin que notara señal alguna que delatara el pánico que les atribuye Frías. Rafael Martínez, otro de los prisioneros, ratifica la versión de su compañero de celda. Ambos, al igual que otros del penal, como el fenecido doctor José Antonio Fernández Caminero, son categóricos en cuanto a que no es cierto, contrario al expandido mito retomado en este libelo, de que Segundo Imbert abandonó el penal para participar en el asesinato de las hermanas Mirabal.

"La perversidad recurrente del Trujillismo", ponencia del doctor Roberto Cassá sobre el libro de Angelita Trujillo III

Por consiguiente, se exige sí la reiteración enfática de la apología de quienes dieron sus vidas, al margen de deslindes ideológicos y políticos. Por esto, me permito hablar a nombre de los muertos, de los torturados, de los castigados, de todos, con independencia de las culpas que algunos pudieron albergar con antelación y de las diferencias que pueda haber con las posiciones de muchos de ellos. Aunque el antitrujillismo de derecha iba en sentido contrario a la historia, sus exponentes, como gran parte de los complotados para la gesta del 30 de Mayo, al igual que todos los demás antitrujillistas, tuvieron la razón en sus empeños libertarios.

Porque lo que está en juego en estas sucias páginas no es solo producto de la torpeza propia de unos estúpidos. Se pone en escena la criminalidad inherente al orden trujillista. Angelita asume la desenfadada validación del asesinato como procedimiento político. Es lo que hace respecto al grupo de complotados del 30 de mayo en la Hacienda María. La sed de la venganza, ante un hecho reparador de la justicia, la lleva a enaltecer el crimen como procedimiento admitido.

No es únicamente Ramfis Trujillo, pues, quien asume la criminalidad ante el futuro, en la remembranza de su amigo y no menos criminal ex marido de Angelita. Angelita también se asocia con el crimen en expresión de su participación efectiva con la barbarie imperante. La en apariencia cándida Reina de la Paz reunía desde entonces un complejo de figuras delictivas. Su fastuoso atuendo no solo chorreaba la sangre de tantos animalitos del extremo norte de Rusia. Estos encajes y diamantes traslucían un resumen del crimen. La Reina de la Paz, la hija mimada, se trastoca en lo que es: una vampiresa, Reina de las Tinieblas de la Larga Noche. Literalmente esta abuela obesa de hoy y pretendida santurrona imbricó casi desde la niñez el crimen con sus delirios desenfrenados de cualidad patológica. Es suficientemente elocuente el suicidio de su marido, tan denostado en el libelo pese a haber sido un espantoso criminal, cómplice de papá y del admirado Ramfis, al tiempo nada menos que portavoz retrospectivo de la criminalidad del primogénito del tirano. Angelita pertenecía a una familia que tenía varios feroces criminales. Ella estaba enterada de todo lo que sucedía y pretende hoy presentar con arrogancia.
En el decurso de la perversidad esta singular Reina acude a dos referencias absolutorias acerca de la muerte, con un breve intervalo de tiempo, de los esposos Pilar Báez y Jean Awad. Estoy de acuerdo con que este tema no está cerrado, aunque en el propio libro se ofrecen pistas de que la misma Angelita, y no necesariamente el cornudo marido, extraño monstruo, débil por la vampiresa al parecer hasta su reciente suicidio, estuvo detrás de una sañuda persecución del teniente Awad, como lo ha explicado don Papito Candelario, entonces integrante del Ejército Nacional y testigo de esa situación. Busca la arpía la coartada con este alegato con el fin de obtener la absolución por el conjuntote los crímenes de todos los Trujillo.

Bueno, ¿algo entonces razonable en esas páginas? Al menos que es de utilidad que quede retratada la sustancia irremediable del trujillismo. Al fin y al cabo Angelita dice verdades que todavía son aleccionadoras, aunque sean conocidas hasta la saciedad. Es el caso de la empatía de papá por Estados Unidos y el correspondiente furor anticomunista que lo animaba. Es lógico: las pieles de armiño, los brocados y los diamantes de la corona son la antítesis del ideal de quienes ofrendaron sus vidas desde una posición anatematizada.

Como es lógico, el antitrujillismo irreductible genera el furor patológico de la Reina a nombre de la honorabilidad de papá. En páginas escritas por algún idiota de la capitllita, que usa la ocasión para pretender erigirse en filósofo intérprete del trujillismo, se recurre de nuevo al argumento manido de la Era acerca del progreso material como signo esencial. Es lo que le dio la tónica a los protervos discursos de Manuel Arturo Peña Batlle y demás intelectuales envilecidos. Todo lo que se dijo acerca de las excelencias de realización de aquel pasado no fue más que una falsificación colosal de la realidad. Bajo Chapita se vivía en el peor de los mundos, en la opresión generalizada, el miedo, el crimen cotidiano, la deshonra colectiva, la tortura, la explotación social desenfrenada. Detrás del oropel de las obras públicas magnificentes, subyacía la miseria espantosa de las masas. Nadie podrá probar lo contrario. El país trabajaba sin pausa y con todas sus energías posibles en beneficio de este supremo señor de fortunas y vidas, de este Lucifer que se deleitaba sin ambages con la posesión de las esposas de sus áulicos, víctimas tristes al igual que victimarios feroces. Ahí, en tantas cosas, como la mentira y el comportamiento disoluto, se comprueba la validez del De tal palo tal astilla. Todo lo que se pretende acerca de una época de realizaciones, de realización absoluta de todo un pueblo, como está reiterado sin matización alguna en este libro, no es sino el mito articulador del trujillato, la mentira más mendaz jamás lanzada en la historia dominicana.

"La perversidad recurrente del Trujillismo", ponencia del doctor Roberto Cassá sobre el libro de Angelita Trujillo IV

No significa, claro está, que bajo la Noche Larga no hubiese desarrollo. Lo hubo sin lugar a dudas. El monstruoso tirano ha sido hasta hoy el gran héroe del capitalismo dominicano. En ningún otro momento de nuestra historia se ha reiterado la hegemonía absoluta del interés del capital como la que impuso el trujillato. De acuerdo que, en términos materialistas, estaba implicado el avance del proceso histórico. Pero avance histórico no es sinónimo de realizaciones. Más bien es lo contrario en este caso, porque el capitalismo personalizado por el monstruo implicaba crimen y opresión en forma ilimitada. Los salarios eran miserables. Las masas sobrevivían en la indigencia atroz. Los campesinos iban descalzos, a lo sumo con soletas de cuero o de goma, o vestidos de harapos, o hasta cierto momento con trajes burdos hechos de sacos de cabuya. Los niños estaban muy lejos del paraíso pretendido por la propaganda, aquejados de enfermedades crónicas que disparaban la mortalidad infantil. Miles de campesinos trabajaban gratuitamente en las carreteras y en las empresas emblemáticas del supuesto progreso. No pocos murieron después de sufrir reiteradas y devastadoras palizas. La explotación desenfrenada se amparaba en un miedo interiorizado por todos. La delación se tornó en virtud en la perversa Cartilla cívica. Era frecuente que los esposos no se confiaban sus pensamientos ante el sombrío panorama. Todo lo verdadero tiene que estar de lado en esta infamia de libelo. El que no se viviera así por muchos, la mayoría incluso en el campo, tiene su explicación materialista, en razón de los efectos de la imposición de un sentido del orden, que era el resultado de un estado interiorizado de temor. Buen discípulo de los infantes de Marina, el tirano dio el puntillazo a la subordinación de todos, en especial los del campo, a los designios del Estado, el único ente dotado para el ejercicio de la fuerza.

Hubo desarrollo económico, sin dudas, en la Noche Larga, desarrollo capitalista, pero no progreso. Por esto resulta inadmisible hablar de realizaciones. Progreso implica la humanización progresiva de la sociedad, y el trujillato representaba lo contrario en toda la línea. No hay progreso sin dignidad, sin libertad, sin el imperio de la ética, sin participación, sin desarrollo educativo genuino. El avance material de la Noche Larga formó parte del remolino de horrores. Todo esto puede parecer hiperbólico, pero es lo contrario.

La comparación con el presente, a la que hice alusión más arriba, constituye otro de los tópicos del sofisma de la ideología trujillista. Es indiscutible que el esquema de la democracia posterior a 1978 no ha cumplido con un desideratum genuino. Es indiscutible también que han aparecido nuevos problemas que se adicionan a los anteriores. Pero no quiere decir que el ordenamiento político que existe hoy sea más negativo que el instaurado en 1930. Es fácilmente demostrable con indicadores económicos que el pueblo vive mucho mejor que antes, aunque las condiciones de la más de la mitad pobre todavía sea altamente deplorables. El desarrollo económico impulsado por el régimen despótico no repercutió en una mejoría de la condición de vida de la gente. No podía ser así ya que se puso en operación una maquinaria infernal que succionaba todas las riquezas, hasta los niveles más infinitesimales, hacia las arcas de papá y, en menor media, de los integrantes de la corte endemoniada de familiares y secuaces. Todos los indicadores sociales resultan indiscutibles en cuanto a mejorías puntuales respecto al pasado. Y no es pequeña cosa y sin que por supuesto, en sentido contrario, se pretenda hacer la apología del presente, algo que está fuera de posibilidad en una perspectiva socialista. Pero si persisten graves problemas y han aparecido otros no se debe a que se haya dejado atrás el trujillato. Más bien es lo contrario: muchos de los problemas de que está aquejada nuestra sociedad todavía, como la persistencia de estilos autoritarios, son en parte atribuibles a que no se ha practicado la necesaria cirugía de las masas purulentas del espíritu del trujillismo.

La solución de los problemas no puede estribar en una reorientación hacia el pasado, como pretenden los sicofantes redactores de esta porquería de escrito. La agenda que tiene por delante el logro del progreso social del colectivo dominicano presupone la orientación exactamente inversa de lo que representó el trujillismo. Nada es más importante, en primer lugar, que la libertad, como lo advirtió Cervantes cuando abominó el ambiente del castillo. El espíritu de la equidad social, obligado ingrediente del único progreso, también es lo inverso de aquel régimen sui generis en que se concentró la riqueza de forma inaudita, prácticamente desconocida en cualquier otra experiencia en los tiempos recientes.
Aquí he cumplido con el deber de reiterar mi versión de la imputada historia oficial.

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