lunes, 3 de octubre de 2011

EL FIN DEL TIRANO.



Escrito por: Juan José Ayuso (buenapila@yahoo.es)
Tomado de El nacional. 24 de mayo del 2011.
Dice alguna de la gente de su círculo, servidores incondicionales por demás, que durante sus últimos años, el tirano Rafael Trujillo daba con cierta tristeza señales de aceptar un fin que veía venir.

Tenía 69 años, lo que sobrepasaba con mucho al límite de expectativa de vida de la época y quizá sentirse viejo era su mayor contratiempo.

Aparte de eso, sus viejos amigos norteamericanos lo presionaban para dejar el poder y en 1959 enfrentó a las expediciones del 14 y 20 de Junio, que sacudieron al régimen de 29 años.

Aunque la organización del atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt del 24 de junio no tuvo fallas, no logró el asesinato del político y eso le trajo definitivos problemas internacionales.

A los efectos levantiscos como secuela de las expediciones del año anterior, en enero de 1960 llevó a las cámaras de tortura y asesinó a centenares de jóvenes integrantes de un movimiento clandestino que tomó el nombre de 14 de Junio.

Y en ese mismo año, la llegada y operación del Movimiento Popular Dominicano en junio, el complot de los sargentos de la Aviación Militar en julio y el asesinato de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal en noviembre, colocaron a Trujillo al borde de la desaparición.

Intentó una expedición contra la revolución cubana de Fidel Castro y de alguna manera apoyó a los exiliados cubanos y a los Estados Unidos en la invasión por Playa Girón, en abril de 1961.

Las condiciones estaban dadas para la desaparición del tirano él lo presentía en su fuero más interno pero se defendía “como gato boca arriba”.

Quizá su motivo de mayor molestia era el de haber comprobado que su primogénito y “general” de la AMD, “Ramfis”, sólo tenía vocación para la francachela de mujeres y tragos que financiaba con la extraordinaria fortuna del padre.

Radhamés, el otro hijo, no daba muestras de preocupación política y “Angelita”, la mimada, era la mujer a la que los políticos tradicionales de entonces sólo tomaban en cuenta para la crianza de los hijos y la cama.

Además, estos dos hijos también eran frívolos y casquivanos como todo hijo de millonario quien, además, disfrutaba de un poder monárquico en el país que los vio nacer y crecer.

Solo, como todo caudillo, el tirano debió haber rumiado miles de veces su tragedia, que empezaba por la edad provecta que le restaba el poder físico de que hizo galas toda su vida.

Pero ¿quería morir?

Y peor, ¿imaginaba que podría morir como cualquier otro ser humano del común al que despreciaba de la manera más profunda?

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