viernes, 8 de junio de 2012

TRUJILLO MITO Y EMBLEMATICA DE UNA DICTADURA

por Paola Torres de la Cruz[1]

“Trujillo, es sencillamente Trujillo o mejor el Jefe”
J. Castellanos[2]
Cuando inicié este trabajo me asaltó la duda, cómo abordar un personaje como
Trujillo, de quien se ha escrito prácticamente todo lo posible, incluida la magnífica novela de
“La Fiesta del Chivo” que explora, a partir de personajes ficticios, los terrenos más
tenebrosos, sórdidos y a veces increíbles de esta dictadura caribeña.
La fascinación que ejerce entre propios y extraños ha generado decenas de
investigaciones, unas cuantas novelas y un par de películas que han tenido como eje central
un dictador que a pesar de su asesinato hace ya cuarenta años sigue estando presente en el
imaginario colectivo dominicano y permeando la vida política, cultural y social de la isla.
Sin embargo, esta especie de deslumbramiento no es exclusiva de Dominicana. En
América Latina, que a través de los años ha tenido que ser testigo y víctima de diversas
dictaduras, la fascinación por el tema ha quedado plasmada en obras que han intentado recrear
el ambiente malsano, la represión, el miedo y el letargo que parecen acompañar las
dictaduras; así “La Novela de Perón” de Tomás Eloy Martínez, la descripción de la dictadura
guatemalteca de Estrada Cabrera que consigue Miguel Ángel Asturias en “El Señor
Presidente”, “Yo, el supremo” de Roa Bastos, “El Recurso del Método” de Alejo
Carpentier..... o el delirio total y la soledad que trasudan el dictador de “El Otoño del
Patriarca” de Márquez, son claros ejemplos del eterno embeleso que parece ejercer este ser
omnipotente, megalómano y despiadado llámese Trujillo, Duvalier, Stroessner o Ubico.
Estos personajes vienen a ser la materialización del “Mal”, hecho que nos atrae y
repele simultáneamente. Por esto, a pesar de los años transcurridos puede atrapar al lector la
historia del “Chivo”, éste macho cabrío desbordante de sexualidad y poder que comandando
con mano dura media isla por más de tres décadas alcanzó fama mundial y logró colarse entre
la más “connotados” tiranos del mundo, por supuesto con el atractivo que confiere las
singularidades y excentricidades de un déspota caribeño.
La novela es medio idóneo, terreno fértil para retratar y hacernos sentir el ambiente opresivo,
la asfixia y el sin sentido de la dictadura, agudizado por este “Jonás geográfico”[3] que
entraña la condición insular.
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Podemos sentir las miradas y los oídos que acechan en cada esquina y podemos
comprender que una de las razones más poderosas que provoca que las dictaduras se eternicen
es el silencio y el temor que nos va convirtiendo, consciente o inconscientemente, en
cómplices a cada uno de nosotros.
Sin embargo, en el caso del “Chivo”, la realidad superó a la ficción, de tal manera que
Vargas Llosa obvió muchos relatos verídicos que ilustran la personalidad de Trujillo y su
familia, por considerar que serían inverosímiles para la mayoría de nosotros. Porque la
parafernalia trujillista fue construyendo a lo largo de 31 años un personaje mítico, un ser
mesiánico, que por encima de los infortunios de la naturaleza se erige como el pacificador, el
reconstructor de una nación, a la que ha arrebatado del infortunio para llevarla a las “más altas
cumbres de la vida occidental y la caridad cristiana”. Este “predestinado”, a decir de su corte,
es señalado desde que nace por la Providencia:
“Sobre San Cristóbal dormido mientras una extraña luz, extraterrena, fulge sobre la casa
antañona, sobre la casa olorosa a trabajo y santidad, donde trajinan personas, donde se
escuchan los vagidos augúrales y misteriosos del nuevo ser que saluda a la Vida.
Aquella casa es ya nuestro Portal de Belén.
Es el 24 de octubre de 1891.
Es la medianoche.
El milagro se ha hecho carne de gloria...
¡Rafael Leonidas Trujillo y Molina ha nacido!”[4]
Todas las historias que se generaban en torno a su persona venían a robustecer y
redondear el mito:
Su capacidad de trabajo se convirtió en algo proverbial: a las 4:00 de la mañana se despertaba y se
enteraba de todas las novedades, desde las noticias internacionale s hasta los chismes locales[5].
Metódico y sistemático cada día trabajaba hasta las siete de la noche y después de
cenar visitaba a la “excelsa matrona” doña Julia y recorría a pie el trayecto que lo llevaba al
malecón. Era el momento en que se discutían los asuntos y con su trato preferencial o su
indiferencia separaba los afortunados de los que iban cayendo en desgracia. Desconfiado
prefería tener a todos vigilados y controlados, dispuestos a cualquier cosa por ganarse el favor
del Jefe.
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Impecablemente vestido soportaba de manera estoica las altas temperaturas y la
humedad enfundado en su traje de etiqueta o en su uniforme militar, que complementaba en
las grandes ocasiones con un barroco bicornio de plumas de avestruz coronando su testa[6].
Lo que confirmaba que él, el Generalísimo, contrariamente al resto de los mortales nunca
sudaba.
Su narcisismo era tan acusado que en repetidas ocasiones salía del baño totalmente
desnudo para que la camarilla de aduladores exclamara con admiración:
“¡Qué cuerpo! ¡Qué blancura de piel! (“Mentira que es mulatón”, denuncia José Almoina)
¡Qué formas! ¡Qué musculatura! ¡Así se explica que las mujeres no resistan al Jefe!”.[7]
Trujillo se maquillaba constantemente en su afán de ocultar los visibles rasgos negros
que debía agradecer a su abuela materna de origen haitiano[8] Luisa Erciná Chevalier. Para
atenuar tan “desagradable” herencia, sus antecedentes haitianos quedaron ocultos en un
estudio genealógico que remontaba el origen de su familia a la Casa de Borgoña, del Poitou,
de Flandes, de Bretaña y de Anjou y no al continente africano[9].
Pero sus proezas físicas no se limitaban a estos aspectos, era un mujeriego reconocido
y probado, que cada semana permanecía 2 ó 3 días en la legendaria Casa de Caoba de su natal
San Cristóbal, ya fuese con prostitutas, desflorando vírgenes elegidas cuidadosamente para la
ocasión, o disfrutando de las esposas de sus funcionarios más cercanos, por supuesto para
“que todo quedara en familia”. Democrático en sus preferencias no discriminaba entre señoras
de noble alcurnia, niñas clase-medieras del interior, estudiantes u oficinistas, lo que
demostraba que el Jefe era un “machazo”, un auténtico “Gallo”. Y a decir de Almoina[10],
tampoco despreciaba los representantes de su propio sexo siendo el más constante de sus
amantes Manuel de Moya, un guapo ex modelo de calzoncillos y Glostora, que por sus
habilidades amatorias había sido elevado al cargo de distinguido diplomático[11].
El control del “Jefe” era absoluto, cualquier sospechoso de conspiración o deslealtad
podía terminar de huésped de “La 40”, “El 9”[12] o víctima de los más crueles tratos en el
manicomio del Km 28. Unos lograban sobrevivir a las torturas ideadas por Johnny Abbes[13]
y sus secuaces, los que no, eran arrojados a los tiburones en las inmediaciones del matadero
de reses de la Autopista Sánchez. Nadie parecía escapar a la mirada inquisitiva del Jefe, que
mantenía su régimen de “orden y paz”a través de una impresionante red de espías que
controlaban los movimientos de todos: el limpiabotas, el vecino o el compañero de trabajo
podían ser pagados por las huestes de Chapita[14]. El temor cobraba formas inusitadas, así
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durante la estancia de un grupo de exiliados anarquistas en las colonias agrícolas de la
provincia de San Juan de la Maguana, los campesinos alertan a los españoles de los peligros
que entraña hablar de Trujillo. No hay hora del día, ni sitio que escape a su control, cuando la
red de caliés[15] deja de trabajar, los poderes sobrenaturales vienen en su auxilio, pues el Jefe
durante las noches “manda a las brujas” a escuchar las conversaciones.[16]
Cada día la gente esperaba con ansía el periódico para revisar con mano temblorosa la
sección de “El Foro Público”, columna que rezumaba el malestar de Trujillo destruyendo
reputaciones y condenando al ostracismo a los que caían de su gracia y pasaban a engrosar la
funesta lista de los “desafectos”[17].
Implacable con sus enemigos idea la manera de deshacerse de todo aquel que atenta
con sus intereses. En 1956 secuestra a Jesús Galíndez[18] en Nueva York, a quien, según
cuenta la “leyenda”, le hace comer una por una de las páginas de su tesis doctoral “La Era de
Trujillo”, para después arrojar a los tiburones la masa informe en que se había convertido su
cuerpo. A Almoina, el español en el que depositó su confianza y a quien nunca perdonó su
traición lo hizo vivir en constante zozobra en su auto-exilio en México donde finalmente lo
asesina en 1960. La larga lista incluye los dos atentados contra su declarado enemigo, el
presidente venezolano Rómulo Betancourt, al que intenta asesinar con una jeringa llena de
veneno cuando transita por una concurrida calle de La Habana, y al que finalmente destroza
las manos cuando un coche bomba estalla en Caracas justo cuando el automóvil presidencial
pasaba por el lugar. Esto, sin contar el alucinante episodio orquestado por Abbes cuando
envía a un despistado piloto para inundar las calles de Caracas con volantes contrarios a
Betancourt: El piloto no encuentra Caracas y deja caer en tierras curazoleñas miles de
papeletas ante la mirada incrédula de los locales.
Este poder absoluto y sin limitaciones aislaba a Trujillo, elevándolo por encima de los
demás, transformado en el “Dios Padre”, el “Dios Gran Macho”, que encarna el rol de
protector, el “monarca paterno y dominador”[19] y explica la atmósfera de culto mesiánico
que se traducía en la placa que ostentaban miles de hogares dominicanos con la frase “Dios y
Trujillo”.
La mitificación de Trujillo comienza temprano. Poco después de ascender al poder,
Trujillo debe enfrentar una gran catástrofe natural, el ciclón de San Zenón[20] y, con ello,
severos daños a los cultivos agrícolas de las zonas este y sur del país y la destrucción de gran
parte de las construcciones de madera que cubrían los barrios pobres de la capital . Esta es la
oportunidad para que el dictador, cual “héroe civilizador” permita que el pueblo dominicano
deje de ”ser asistido exclusivamente por Dios para serlo igualmente por una mano que parece
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tocada desde el principio de una especie de predestinación divina: la mano providencial de
Trujillo”[21].
El dictador se convierte en Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva (títulos
que se le otorgan en reconocimiento por sus hazañas) cuando desafía las inclemencias de la
Naturaleza que, “en diabólico aquelarre las aguas y los vientos, Santo Domingo de Guzmán,
como las ciudades de la Escritura ha dejado de existir”[22]. Ante estas desgracias casi
apocalípticas:
“Trujillo altanero y resuelto, mezcla radiante de Bolívar y Carlos Borromeo, más altivo aún en medio
del desastre que las viejas torres, rudas atalayas de la historia, que le ven pasar, piadoso y desafiante,
mezclando su acerada voz de mando a la orquestación salvaje del huracán, Trujillo se alza por encima
del desastre mismo, tan grande como la propia tragedia, que reta con supremo coraje y, voluntad
indomable y constructiva, sin haber concluido aún el escombre, inicia la portentosa obra de hacer de
nuevo la ciudad, esfuerzo gigantesco que hoy se contempla como obra de magia”.[23]
Como señala Balaguer, la Providencia con el ciclón de 1930 marca un “parte-aguas”,
“cierra el ciclo del predominio en la historia del país de las fuerzas de la naturaleza, para abrir
en cambio el del predominio en la historia de la acción del hombre que se supera en la energía
constructiva y en la voluntad creadora”.[24]
La obra civilizadora de Trujillo no se limita a la reconstrucción física del país, su
renovación toca todos los órdenes de la vida nacional:
- Moderniza, construye urbanizaciones, carreteras, escuelas, iglesias, remoza las ciudades, introduce el
agua potable y la electricidad, inicia un proceso de desarrollo de las principales zonas urbanas,
fundamentalmente de Santo Domingo, que agradecida por su reconstrucción en 1936 recibe con
beneplácito la ley, por supuesto motivada por la “incesante demanda popular”, estableciendo que
establece desde ese momento la capital del país se llamara Ciudad Trujillo[25].
- Pacifica un país desolado por las luchas entre caciques locales y guerrillas (por
supuesto logra esta “paz” a partir de la persecución sistemática y muchas veces la
desaparición física de todo aquel que constituya un estorbo para sus planes).
Trujillo logra el cometido que no había podido alcanzarse a pesar de los múltiples
esfuerzos, reafirma la identidad nacional a partir de la oposición de “lo dominicano” al crisol
de calamidades y degeneración que cunde en la parte occidental de la Isla:
“La consigna de Trujillo era unir por las fuerzas de la solidaridad, integrar la nacionalidad por
obra de una exaltación del sentimiento de confraternidad entre todos los dominicanos,
inculcándoles la conciencia de un destino unitario no sólo en cuanto a las posibilidades, día a
día logradas, de un futuro mejor, sino también despertando en ellos un sentido de
permanencia histórica de la dominicanidad por medio del culto de las hazañas de las
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generaciones pasadas”. (Y[26] entre estas hazañas la independencia dominicana con respecto
a Haití desempeñaba el papel protagónico)
Insiste en que todos los esfuerzos por lograr el desarrollo y el progreso nacional
resultarían insuficientes si no se daba una lucha frontal contra las “hordas” de inmigrantes
“indeseables” que representaban el peligro y la constante obsesión haitiana de la
indivisibilidad de la Isla[27].
En este empeño Trujillo decide poner remedio definitivo a la constante penetración de
nacionales haitianos a Dominicana. Por vez primera, traza y delimita firmemente la línea
divisoria entre los dos países para frenar la presión de unos vecinos que, acorralados por la
pobreza, la erosión de los suelos y el analfabetismo amenazaban con “imponer el gourde
haitiano, el animismo africano de la peor extracción”. En vastas zonas del país (como ya
acontecía con las zonas fronterizas), estos haitianos “cargados de hijos y enfermedades
contagiosas, como la malaria, la tuberculosis o la sífilis”, con sus “siniestras” prácticas de
vudú y “costumbres contra natura como el incesto”, implicaban un retorno a un estado de
oscurantismo y salvajismo que se antojaba insoportable para una “nación de origen hispánico,
de puro abolengo español, de tradición cristiana”[28]:
Con este objetivo en 1933 se dicta una Ley de Inmigración para reforzar los impedimentos de entrada
a todos aquellos que no pasaran la prueba de blancura. Así: “Los individuos de raza mongólica y los
naturales del continente africano, que no sean de raza caucásica, pagarán los siguientes impuestos:
Permiso para entrar en el territorio de la República Dominicana $300.00 dls.
Permiso para permanecer en el territorio $100.00 dls.”[29] (Impuesto que fue elevado a $500.00 dls.
en 1940).
Estas leyes frenaron relativamente la “penetración indeseable”,[30] pero la amenaza de la
“africanización “[31] de las regiones fronterizas continuaba, y se idea una solución tajante como
respuesta a esta “invasión silenciosa”: en octubre de 1937 se lleva a cabo la “Operación El Corte”. En
un par de días, de 15´000 a 20´000 haitianos[32] son asesinados a machetazos por militares vestidos
de civil, como una manera de enmascarar una operación oficial con visos de descontento popular ante
la presencia haitiana. Como nota macabra, se dice que para distinguir entre una población
mayoritariamente negra a los dominicanos de los haitianos, se le pedía a todo negro “sospechoso”que
pronunciara la palabra “perejil”, término que se consideraba difícil de pronunciar para todo aquel que
tenía el créole como lengua materna.
El genocidio detuvo la migración, pero eso no fue suficiente: había que exterminar los
últimos reductos de negritud en un país en que el negro “sólo” era el haitiano y los demás eran
“indios” de las más diversas tonalidades. La oportunidad de fomentar una migración de”razas
aptas” se presenta en 1938, cuando en medio de las reuniones de Evian, con la intención de
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solucionar la precaria situación de los refugiados judíos de la Europa ocupada por los nazis,
Trujillo [33] ofrece recibir 100´000 refugiados europeos.
Los refugiados judíos se asentaron en Sosúa, la costa norte del país, donde Trujillo
donó 26´685 acres de terreno. El asentamiento era reducido[34], pero el constante apoyo
económico proveniente de los Estados Unidos le permitió la construcción de casas,
carreteras... Sin embargo, el origen urbano de la mayoría de los refugiados, aunado a los
rumores de espías nazis infiltrados en la zona, fueron propiciando su paulatina salida rumbo a
los Estados Unidos.
Los demás refugiados que arribaron al país entre 1939 y 1940 correspondían al exilio
español[35]. Gran parte de ellos salían de los campos de concentración franceses a las
antiguas colonias españolas que ahora prodigaban amparo. De la tripulación de los primeros
barcos muchos pudieron ubicarse en el ámbito académico, sin embargo el resto fueron
enviados de los puertos directamente a las diversas colonias agrícolas donde las inclemencias
del tiempo, la miseria y el aislamiento de los hicieron aprovechar cualquier posibilidad de
partir con dirección a México, Venezuela o el Ecuador.
Ante el fracaso de la migración posterior a la Guerra Civil española, Trujillo
implementa un ambicioso plan para traer nuevamente españoles a la Isla, e insiste y privilegia
este tipo de migración porque:
“La desnacionalización de Santo Domingo, persistentemente realizada desde hace más de un siglo por
el comercio con lo peor de la población haitiana ha hecho progresos preocupantes. Nuestro origen
racial y nuestra tradición de pueblo hispánico, no nos deben impedir reconocer que la nacionalidad se
halla en peligro de desintegrarse si no se emplean remedios drásticos para la amenaza que se deriva
para ella de la vecindad del pueblo haitiano.
El primer indicio de esta desnacionalización lo constituye la decadencia étnica
progresiva de la población dominicana. Pero la disminución de sus caracteres somáticos
primitivos es sólo el signo más visible de la desnacionalización del país que va perdiendo
poco a poco su fisonomía española”.[36]
Y para cumplir este cometido Trujillo firma con su homólogo Francisco Franco el Convenio de
Emigración Hispano-Dominicana[37] para llevar a la República Dominicana campesinos españoles.
Entre 1955 y 1956 llegan 4’131 “agricultores” que son ubicados en 14 colonias agrícolas; estos
inmigrantes permitirían borrar el “desagradable” paso de los intelectuales anarcos, socialistas y
comunistas del ´39. En el primer contingente llegaron familias[38] pero el segundo grupo que arriba el
4 de junio del ´55 se caracteriza de manera notoria por la gran cantidad de solteros que reclutados en
España vendrían a relacionarse con las dominicanas.
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Esta vez Trujillo desembolsa una fuerte suma de dinero en la habilitación de parcelas,
carreteras, escuelas, viviendas, sistemas de regadío y en pagos de pasajes de ida y vuelta, por
sí las inclemencias del tiempo o las diferencias culturales impedían la adaptación. Medida
preventiva que le serviría de mucho -en contra de sus deseos- cuando esta nueva emigración
resultó un fracaso: más del 50% de los españoles fueron repatriados obedeciendo las cláusulas
del Convenio, sólo en marzo de 1957 se embarcaron de vuelta a España 1´369.
El objetivo principal de la política migratoria, estimular los casamientos entre
españoles y nativas alcanzó logros muy reducidos a pesar del estímulo de 150 dólares por
cada matrimonio mixto. Los españoles en su gran mayoría no se relacionaron con las mujeres
de estas comunidades sumidas en la pobreza donde “es fácil ver a niñas de doce y catorce
años en estado, niños que abusan del ron, padres y hermanos que viven juntos en la misma
habitación, niñas y jóvenes fumando a todas horas; se desconocen el plato y la cuchara, hasta
el extremo que el arroz, el plátano y la yuca, base de la alimentación de la gente del campo,
son servidos en hojas, y se toman aquel cereal con los dedos. Las viviendas no reúnen las
condiciones precisas para que pueda vivir el español. Por la noche se nota mucho frío en ellas,
y por el día un gran calor. Les dan tan sólo 60 centavos por persona (25 pesetas) y con eso
tienen que comer y vivir. La vida esta cara, lo único barato es el café, el ron y el tabaco”.[39]
Ante el desastre, Trujillo idea la llegada de otros colonos: 1´500 agricultores japoneses
asentados en terrenos baldíos de las zonas fronterizas y colonias agrícolas productoras de
verduras y hortalizas en la región montañosa del centro del país. Estos inmigrantes
constituyeron el grupo que mejor se adaptó a las nuevas condiciones a pesar de las evidentes
diferencias culturales. [40]
La insistencia del dictador en fomentar la migración de “razas aptas” se fue sumando a
su interés cada vez más marcado en luchar contra el comunismo internacional, en noviembre
de 1949 llegan a Ciudad Trujillo un total de 190 refugiados, 180 judíos rusos blancos y 10
chinos, que habían residido en Shangai[41]. De esta migración sólo permanecieron 7 personas
en el país[42].
Asimismo, un grupo de 588 húngaros fue recibido en 1957 después de la rebelión
comunista de Otoño. Este grupo conformado por técnicos, obreros, oficinistas y campesinos
fue alojado en Duvergé, una zona fronteriza caliente, salitrosa y seca, situada por debajo del
mar, ante estas condiciones el grupo fue abandonando el país de manera paulatina[43].
Su defensa del asilo humanitario a favor de los judíos perseguidos tras la “cortina de
hierro”, los húngaros desplazados por las huestes soviéticas y los coreanos que huían del
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recién implantado gobierno comunista (política de asilo que se quedo como mero
ofrecimiento), le permitieron construir en torno a su persona la imagen de pleno “defensor de
la democracia y los derechos humanos” y enarbolar una bien orquestada estrategia publicitaria
que le valió no pocos bonos con el gobierno estadounidense.
En el imaginario del dictador el comunismo se fue convirtiendo en el enemigo a
vencer, y se fue ganando una “bien ganada” su fama de acérrimo enemigo del comunismo,
porque según sus propias palabras: no tendría contemporarizaciones para aniquilar todo brote
comunista interno y colaboraré con toda la decisión y la eficacia de que sea capaz para
desterrarlo de nuestra América... esta no es una actitud caprichosa ni oportunista, sino efecto
de una convicción profunda de que el comunismo entraña la negación de los atributos de la
personalidad humana, la destrucción de las raíces de nuestra cultura, el mayor obstáculo para
el avance de nuestra civilización y el más serio peligro para el tesoro espiritual de que somos
herederos los hombres occidentales. Por eso mi Gobierno estará al lado de los Estados Unidos
y colaborará con él sin reservas para poner un valladar de voluntades, de pensamientos y de
energía pragmática a la amenaza del comunismo”.[44]
Desde 1947 se prohíbe terminantemente el comunismo en la República
Dominicana[45], medida que le sirve perfectamente para eliminar cualquier individuo que
representara un peligro para el régimen, pues al ser tachado de “rojo” o “comunista” se
convertía automáticamente en un paria social que era sujeto al abandono de amigos y
familiares (temerosos de correr la misma suerte); alguien a quien nadie empleaba y era
sometido de manera constante al incesante asedio de los miembros del SIM (Servicio de
Inteligencia Militar).
En su megalomanía, la defensa de la moralidad y los valores cristianos y su lucha
contra el comunismo no se circunscribía a la Dominicana: se extendían a todos aquellos
países que tenían gobiernos perturbadores; así, en 1946 intenta derribar al presidente
venezolano Medina Angarita[46]; en 1945 inicia un ataque sistemático contra el gobierno de
Grau San Martín en Cuba[47]; fustiga a todos aquellos que protegen el incesante flujo de
exiliados políticos dominicanos: el gobierno costarricense de Figueres; los de Arévalo y
Arbenz en Guatemala, que acogen a la mítica Legión del Caribe, integrada por los veteranos
de la fallida expedición contra Trujillo de Cayo Confites (1947) y por aventureros liberales e
izquierdistas que causaron una constante preocupación al dictador. Apoya a Somoza en Costa
Rica, subvenciona a Castillo Armas para deponer a Arbenz y aunque mantiene relaciones
formales con Haití, costea un movimiento para eliminar a Duvalier, porque Jefe en la Isla
nada más él.
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Todas estas historias entretejidas van conformando el mito trujillista, mito que sigue
jugando un papel fundamental en la vida dominicana. Ciertas características de su estilo de
gobernar siguen presentes en políticos contemporáneos, como en Joaquín Balaguer, ese
personaje desconcertante y esquivo que ha sido presidente de la República Dominicana en
siete ocasiones y quien, a pesar de sus 95 años, continua rigiendo sutilmente la vida política
dominicana. Balaguer en su libro autobiográfico “Memorias de un Cortesano en la Era de
Trujillo” define un régimen que él mismo contribuyó a construir:
“Todo el sistema político trujillista gira en torno al culto a la personalidad. Puede ser que ese rasgo se
descubra también en situaciones semejantes creadas en distintos países de Améric a, pero no con el
grado que la divinización del caudillo alcanzó en la República Dominicana. Trujillo no sólo sojuzgó la
voluntad, sino el pensamiento mismo de sus conciudadanos. La vida nacional, durante más de 30 años
fluctúa totalmente en torno a su nombre y obedece a las directrices de su carácter absorbente”.[48]
La dictadura de Trujillo sumió al país en un sopor: “lo peor de aquella época consistió en la aceptación
por todos, o por casi todos, de aquel cataclismo social como un hecho irremediable”[49]. Pocas eran
los personajes que se atrevían a no rendir pleitesía al “Amo absoluto”. Excepcional es el caso del Dr.
Darío Contreras quien, cuando se disponía a realizar una cirugía a Trujillo tuvo que responder a la
consternada pregunta de un hermano del dictador, “Doctor ¿ y qué pasa si el Jefe se muere?, Contreras
se limitó a contestar: “Si se muere hiede a los cinco días”.[50]
La figura de Trujillo ha permanecido con tal fuerza en el imaginario dominicano que
mientras permaneció su cadáver en un cementerio de París la procesión de los exiliados
dominicanos -producto de las diversas represiones políticas del pasado siglo- en una suerte de
exorcismo coprofílico terminaban sus fiestas defecando y orinando en la lápida del “Chivo”.
Sin embargo, estos rituales lejos de borrar la inquietante imagen del fantasma lo
mantienen vivo en la memoria colectiva. Trujillo no es sólo el sanguinario dictador, el
“Benefactor de la Patria” es recordado por muchos como el primer, y único presidente que
pagó totalmente la deuda externa del país; sentó las bases de un estado moderno, reprimiendo
cualquier enemigos y eliminando las luchas caudillistas y algunos no dejan de experimentar
un “dejo de nostalgia” por una pasado época de “Paz, Orden y Progreso”:
“Nací cuando aquí éramos todos una cosa igual. El que estudió tenía vergüenza o raza. El resto,
éramos tó animales, burros caminando, Trujillo hizo que progresáramos... Trujillo fue el hombre que
empezó a cobrarnos la cédula y la pagamos con gusto; nos puso a trabajar diez tareas a cada hombre
dominicano, para que hubiera víveres. Usted se acostaba con dos mil pesos por ahí y nadie tenía
miedo, porque ninguno se atrevía a cucutear (revisar) los bolsillos si uno estaba borracho o enfermo.
Si alguien lo veía, ya estaba delatado y podía perder la cabeza. Había respeto.”[51]
(Testimonio de Pedro Leclerc, habitante de Dajabón, que colaboró en el entierro de los haitianos
asesinados en 1937)
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¿Por qué la actualidad del mito de Trujillo? ¿a qué necesidades obedece que, a pesar
de los años transcurridos su figura mítica siga teniendo un peso específico en la vida
dominicana y sea un constante elemento de referencia?
La fascinación por este personaje sanguinario y contradictorio sigue presente y aun es eficaz para
subyugar a propios y extraños: La figura de Trujillo genera sentimientos encontrados y ambiguos. El
poder omnímodo que ejerció el dictador es simultáneamente temido y respetado.
Para un sector de la población la Era de Trujillo significó una época de esplendor, el
momento en que ese pequeño país caribeño se coloca en el escenario mundial: declara la
guerra a la Alemania nazi[52] y al fascismo italiano; se enarbolaba como defensor de la
democracia y protector de los perseguidos por razones políticas o religiosas (aunque seamos
conscientes, años después, que las razones de tal recepción eran muy ajenas al
humanitarismo); logra la independencia económica y soluciona de manera “tajante” el
problema de la inmigración haitiana.
Trujillo se atreve, en su muy personal estilo, a solucionar muchos de los conflictos
latentes en la sociedad dominicana: Ante una “identidad difusa” refuerza toda una ideología
sobre los orígenes gloriosos de la nación dominicana, mezcla de indígenas indomables y
orgullosos y de españoles de “buena casta” y probada condición moral. Todos los vicios y
peligros sólo podían atribuirse al pueblo haitiano y toda “degeneración”, racial o moral, era
fruto de las continuas incursiones haitianas al lado este de la isla.
Al crear un enemigo común fortalece los lazos de solidaridad, logra una cohesión ante
una “alteridad” que amenaza, confiere al haitiano ese “peligroso otro” que está contenido en
uno mismo. Con la matanza de haitianos, simbólicamente se eliminaba de tajo lo “negro,
salvaje, bárbaro e ignoto” que se teme descubrir en si mismo.
En el imaginario Trujillo asume, quizás, un papel heroico, dejando de lado las
consideraciones morales sobre el papel del héroe y considerando la definición de Roger
Caillois de que héroe es aquel que encuentra una solución a los conflictos sea esta “una salida
feliz o desdichada”.
Este “héroe como proyección del propio individuo: como imagen ideal de
compensación que tiñe de grandeza su alma humillada” [53]-, puede llevar a cabo el acto tabú
y solucionar con la transgresión los conflictos que a los hombres las prohibiciones sociales y
culturales les impiden resolver[54].
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Y este héroe tiene una doble función: soluciona el conflicto y carga con las culpas, “de
allí su derecho superior, no tanto al crimen, como a la culpabilidad, siendo la función de esa
culpabilidad la de halagar al individuo que la desea sin poderla asumir”.

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